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SINAXARIÓN
DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA

j | Octubre 02

LOS ÁNGELES CUSTODIOS

san dimas el buen ladrón

Los ángeles custodios se encargan de cuidarnos aquí en la Tierra.
La vocación de los ángeles consiste, primero que nada, en contemplar al Señor en el cielo y alabarlo sin cesar. Pero, de acuerdo con la Sagrada Escritura, el Señor les ha encargado presentarse ante los hombres en una forma fraternal. Esto es lo que recordamos al festejar a los santos ángeles custodios o ángeles de la guarda.

“Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida”, decía San Basilio al referirse al ángel custodio, aquel que Dios pone a cada uno desde la concepción y cuya fiesta se celebra cada 2 de octubre.

La palabra “ángel” proviene del griego y significa “Mensajero”. Estos espíritus celestiales son citados por ejemplo en el Salmo 90: "A sus ángeles ha dado órdenes Dios para que te guarden en tus caminos".

Jesús también los menciona en su famosa frase (Mt. 18,10): "Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus Ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial".

La Iglesia celebra la fiesta de los ángeles custodios desde el Siglo XVII. Fue instituida por el Papa Clemente X.


Fuente: maronitas.org

Otros Santos para hoy

SAN CIPRIANO Y JUSTINA, OBISPO Y MÁRTIR (♰ 304)

san dimas el buen ladrón

En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, sufrieron el martirio en Nicomedia (actual İzmit, Turquía).

La leyenda de los santos Cipriano y Justina pudo haber surgido tan pronto como el siglo IV, pues es mencionada por san Gregorio Nacianceno y Prudencio; ambos, no obstante, han confundido a san Cipriano de Antioquía con san Cipriano de Cartago, un error repetido con frecuencia. La historia aparece en griego y latín en Acta SS. Septiembre, VII. Se publicaron también versiones en antiguo siriaco y etiópico. Se ha intentado encontrar en Cipriano a un prototipo místico de la leyenda de Fausto.

San Cipriano conoce a santa Justina.

Al cumplir treinta años, Cipriano regresó a Antioquía, su ciudad natal, en la que se desempeñó como brujo, alcanzando gran notoriedad entre la población. En Antioquía se retiró a una cueva, donde se dice que, por medio de sacrificios y oscuros rituales, logró entrar en contacto con Lucifer, quien le dictó gran parte de lo que consignaría en los manuscritos que formarían posteriormente su grimorio.

Un día, mientras Cipriano salía del templo de Mercurio, se le acercó un joven llamado Agladio (o Agladas, según el De Sancto Cipriano), quien le solicitó concederle el amor de una hermosa joven virgen, llamada Justina, hija de Edesio y Cledonia. Justina era cristiana, y había hecho que sus padres se convirtieran también al cristianismo. Cipriano le prometió a Agladio que muy pronto obtendría el amor de Justina. Sin embargo, luego de ver a la muchacha, quedó prendado de su belleza y la quiso sólo para sí.

Luego de mucho intentarlo sin conseguir el éxito, Cipriano preguntó a los demonios cuál era la razón por la que sus hechizos no conseguían el amor de la muchacha, y entonces Lucifer en persona le dijo que la razón era la fe de Justina en Jesucristo, y la marca de la Cruz de San Bartolomé que ella tenía en una mano.

Conversión de San Cipriano al Cristianismo.

Luego de saber la causa de su fracaso, Cipriano decidió convertirse a la fe de Cristo. Justina lo acogió con dulzura y lo puso bajo la tutela del obispo Eusebio. Pronto, Cipriano llegó a ser diácono, sacerdote y finalmente obispo de Antioquía.

Martirio y muerte de los Santos Cipriano y Justina

Martirio de los Santos Cipriano y Justina en la marmita de agua hirviendo.
Cipriano se dedicó a predicar el cristianismo, ganando multitud de adeptos en poco tiempo. Esto llegó a oídos del emperador Diocleciano, que por entonces ofrecía sacrificios a Apolo en Nicomedia. Sus consejeros le informaron que Cipriano predicaba la existencia de un único Dios, afirmando que los otros dioses eran falsos, y que no se debía rendir culto al emperador. Diocleciano ordenó el arresto de Cipriano, y por consejo de Eutolmio, gobernador de Antioquía, también fue arrestada Justina, que por entonces ya dirigía un convento.

Cipriano y Justina fueron conducidos al tribunal de Capadocia, donde se negaron a renunciar a su fe, afirmando que el único dios verdadero era el Dios de los cristianos. El juez los condenó entonces a ser azotados primero y despellejados después. Luego, un sacerdote del dios Marte, llamado Atanasio, convenció al juez de que los hiciera arrojar a una marmita con agua hirviendo. Sin embargo, según la leyenda, en esa ocasión no sufrieron quemaduras debido a un milagro de Dios. Finalmente, el juez los envió a Nicomedia, para que fuera el mismo emperador quien decidiera su suerte.

Hacia el año 304, Diocleciano ordenó que Cipriano y Justina fueran decapitados a orillas del río Galo. En el momento de la ejecución, un cristiano llamado Teoctiso corrió a abrazar a Cipriano, por lo que fue ejecutado también. Los cuerpos fueron custodiados por soldados romanos para evitar que los cristianos se los llevasen. Sin embargo, pasados seis días, un grupo de cristianos lograron llevarse los huesos y trasladarlos hasta Roma, en donde fueron puestos al cuidado de una dama cristiana llamada Rufina. Años después, los restos fueron llevados a la iglesia de San Juan de Letrán.


Fuente: maronitas.org

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